El viaje emprendedor, la duda y los aullidos en tu cabeza En el mito griego de Orfeo y Eurídice podemos encontrar una poderosa lección en torno a lo peligrosas que pueden ser nuestras inseguridades.
La duda surge después de escribir la primera palabra.
Aunque llevo años haciéndolo, la escritura de cada artículo viene acompañada de una avalancha de inseguridad.
Alojada en algún lugar de mi cerebro, la duda empieza a formular preguntas cada vez más insistentes diseñadas para que desista del esfuerzo que implica escribir. Las preguntas cubren un amplio espectro de preocupaciones que se materializan e inflaman dentro de mi cabeza.
¿Tiene sentido lo que estoy escribiendo?
¿Están mis palabras basadas en algún fundamento o simplemente estoy hilando frases para cumplir con una cuota de textos a ser publicados cada día?
¿A alguien realmente le importa lo que escribo?
Mientras más personales y sinceras son las palabras, mayor es la duda y su presencia en mi cabeza.
A estas alturas del texto, escribo sabiéndome un impostor.
Sé que no soy el único (no necesitas ser escritor para que te asalte la duda). Les pasa a los estudiantes a mitad de un examen y a sus profesores mientras califican. A los vendedores mientras intentan cerrar una venta persuadiendo a un posible cliente. A los gerentes mientras hablan con alguno de sus empleados y a los CEO's que intentan mostrarse seguros de lo que dicen durante el mensaje para sus equipos en la fiesta de fin de año. También a las superestrellas deportivas en los momentos cruciales.
Y, por supuesto, también les sucede a los emprendedores.
La duda es un componente de la materia que nos hace humanos y, mal manejada, puede ser corrosiva y fatal.
En una de las canciones del musical Hadestown hay una frase que intento recordar cada vez que vuelvo a dudar:
The meanest dog you'll ever meet
He ain't the hound dog in the street
He bares some teeth and tears some skin
But brother, that's the worst of him
The dog you really got to dread
Is the one that howls inside your head
It's him whose howling drives men mad
And a mind to its undoing
Aquí la traducción:
El perro más feroz que jamás encontrarás
No es el sabueso que ves en la calle
Muestra los dientes y desgarra la piel,
Pero, hermano, eso es lo peor de él
El perro al que de verdad debes temer
Es el que aúlla dentro de tu cabeza
Es ese cuyo aullido enloquece al hombre
Y lleva la mente a perder su nombre
Escrito por Anaïs Mitchell, el musical que ha conquistado Broadway está basado en el mito griego de Orfeo y Eurídice.
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Pero recordemos brevemente la historia:
Orfeo es un joven y talentoso músico que se enamora de la hermosa Eurídice. La joven muere (en el relato original de manera súbita) y es enviada al inframundo en donde terminará por olvidar quién es y poco después su recuerdo desaparecerá.
El músico emprende un viaje para dar con su amada y logra llegar al mundo de los muertos para persuadir a Hades, señor del inframundo, de que le permita a Eurídice volver con él al mundo de los vivos.
El dios del inframundo accede, pero pone una condición: Orfeo debe de caminar delante de su amada y guiarla, confiando en que ella lo seguirá. Él por ningún motivo puede mirar atrás. Si lo hace, si duda, Eurídice volverá al inframundo y, como todos los muertos, será condenada al olvido.
No es difícil imaginar lo que después sucede.
La frase de la canción que transcribo la canta Hermes, el dios mensajero, en un intento por explicarle a Orfeo que el verdadero riesgo no está en el camino que ha de recorrer, sino que dentro de su cabeza, como un aullido que amenaza con hacerlo dudar hasta enloquecer.
Y si esta historia encanta y no pierde fuerza es porque todos somos como Orfeo. El riesgo no está en el sendero angosto y peligroso por el que avanzamos, las frases que escribimos o el larguísimo camino que como emprendedores debemos recorrer. No. El riesgo está en la duda alojada dentro de nuestra cabeza que nos ladra una y otra vez. Que nos asedia y nos tortura hasta que nos obliga a mirar atrás y, en un parpadeo, ponerlo todo en riesgo.
¿Qué hacer?
Supongo que la clave está en ignorar los aullidos del perro. Saber que al andar los escucharemos, pero ello no significa que Eurídice (o nuestros sueños) no sigan detrás de nosotros, avanzando a nuestro ritmo y un paso a la vez.
Como los lectores que han llegado hasta esta frase, aunque yo lo dude.
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